Por Arnoldo Arana
El propósito del liderazgo cristiano está amarrado a los propósitos de Dios.

El propósito del liderazgo cristiano está amarrado a los propósitos de Dios para el hombre y para este planeta. Los propósitos de Dios no han cambiado por estar viviendo en tiempos modernos. El propósito sigue siendo la redención del hombre y el establecimiento del reino de Dios.

Si el líder cristiano se mueve por sus propias ambiciones y visiones, apuntando a sus proyectos e intereses personales no está liderando para Dios, sino para sí mismo. Si el propósito que seguimos como líderes no es de Dios, sino nuestro, puede que estemos liderando, y aún haciéndolo con efectividad, pero eso no se llama liderazgo espiritual, porque liderazgo espiritual es el servicio que rendimos  a otros, cumpliendo los propósitos revelados por Dios.

Las estrategias y los medios cambian en el tiempo pero los propósitos se mantienen.

Los propósitos divinos se mantienen, son durables en el tiempo; son estables en el tiempo. Por supuesto, el enfoque y las estrategias que se necesitan adoptar, varían con las circunstancias y el momento histórico que se vive. Se requieren realizar cambios cónsonos con la época que estamos viendo. Es importante contextualizar las estrategias y los medios, como el uso de la tecnología, o la incorporación de modelos de gestión adecuados a las exigencias del entorno. El contexto y las circunstancias cambian, por lo que los medios, métodos y estrategias necesitan adaptarse.

No existe liderazgo sin propósito.

Es difícil separar liderazgo de propósito. Un líder sin un propósito definido, en realidad no está liderando, porque la acción de liderar supone guiar, y esto no es posible sin un propósito claro. Los grandes líderes de Dios alcanzaron grandes logros, porque tenían, entre otras cosas, grandes propósitos.

No hay liderazgo cristiano efectivo, sin un claro sentido de propósito dado por Dios. Quizás esa sea la razón por lo que muchos líderes, ministerios cristianos e iglesias no tienen fruto. No hay una misión clara, definida y comprometida, en consecuencia, no hay un enfoque sostenido, orientado por un propósito claro, que direccione el trabajo y el esfuerzo que es bendecido por Dios.

Alcanzar el propósito implica un proceso.

El propósito requiere ser visto desde la perspectiva de procesos y no de eventos ni episodios. La vida es un proceso. Dios es un Dios de  procesos. Y nuestro propósito como líderes lo alcanzamos a través de un proceso. Si no aprendemos a ver el propósito de Dios en nuestra vida como un proceso, corremos el riesgo de:

-  Volvernos cortoplacistas (énfasis en resultados de corto plazo), o
- Desilusionarnos muy rápidamente y perder el enfoque

En este mundo occidental en que vivimos, por influencia cultural nos  movemos hacia lo inmediato y rápido, usando formulas, recetas o soluciones rápidas y fáciles - soluciones cosméticas - a los problemas y necesidades del hombre. Comidas rápidas, píldoras para el alivio temporal, etc. Pero “todo lo que se precipita a la madurez probablemente perecerá pronto. Todo lo que se realiza con prisa será seguramente destruido con facilidad. Lo que se hace sin consideración de largo plazo y se termina apresuradamente carece de grandeza y de largo alcance”. (Ying Shaowu)

Los procesos llevan tiempo, y requieren quemar etapas en su progresión y desarrollo. Iglesias, ministerios, negocios, etc. Es como la economía de la granja. Cultivar un fruto de la tierra es un proceso. ¿Podemos “olvidarnos” de sembrar en primavera, holgazanear durante todo el verano y después trabajar muy duro en otoño para recoger la cosecha? ¿Cuál será el resultado? Una cosecha raquítica. No podemos saltar u omitir algunas etapas del proceso y pensar que al final obtendremos resultados óptimos y perdurables en el tiempo, dependiendo tal vez de un evento.

Veo con preocupación que muchos ministerios e iglesias andan en una onda de corto plazo, en una onda de eventos, de resultados inmediatos. Muchas iglesias y ministerios funcionan dependiendo de eventos y acciones episódicas, saltando de un evento al próximo evento, olvidando el proceso entre un evento y otro. El evento tiene sus bondades, el evento realza y relanza el proceso, pero no sustituye el proceso. El evento se limita a una acción puntal y temporal en su despliegue, por muy inspirador e impactante que pueda ser.

La visión de proceso, por el contrario, implica una perspectiva más de largo plazo, que apunta a un proceso transformador a lo largo del tiempo. Así es como funciona la economía de Dios. Así ocurrió con Moisés, José, Abraham, David y otros grandes hombres de Dios. Mucho del tiempo sin aparente logro que vivieron estos personajes, fue parte del proceso de crecer en el propósito de Dios para sus vidas. Durante muchos años, previos a su llamamiento, Dios estuvo desarrollando el carácter de estos hombres para que encajara en la tarea que les iba a encomendar. Mucho de ese proceso, previo a su llamamiento o alistamiento para la tarea, se fue en preparación de ellos, para luego  avanzar a su clímax de desarrollo, siendo ellos usados como líderes, para luego dar lugar a un tiempo de consolidación.  

Los propósitos de Dios trascienden al hombre, no mueren con el hombre. Nos incluyen en una parte del proceso, pero trascienden nuestras vidas. Moisés fue usado para libertar al pueblo judío de la esclavitud egipcia, pero tuvo antes que ser entrenado y preparado por 80 años, 40 de los cuales en un desierto. Luego Dios usó a Moisés por 40 años más  para consolidar a Israel como nación en un desierto terrible. Pero Moisés no vio el fin de la promesa hecha a Abraham, pero tampoco el propósito de Dios murió con Moisés.

Dios luego tomó a Josué como líder, después de hacerlo pasar por un proceso como esclavo en Egipto y como nómada en el desierto, mentoreado por un hombre como Moisés, para poder avanzar en su propósito. Josué fue quien terminó conquistando e introduciendo al pueblo judío en la tierra prometida, y finalmente repartiendo las tierras.

Pero el propósito de Dios, no terminó con Josué. Luego Dios levantó jueces para gobernar y consolidar política y socialmente a Israel como nación, pero ni aún el periodo de los jueces agotó el propósito de Dios para con Israel. Luego Dios levantó reyes para consolidar el reino, librarlo de sus enemigos, afirmarlo y hacerlo fuerte y estable, y uso para ellos a hombres Saúl, David y Salomón, los cuales tuvieron que pasar previamente por un proceso. David pasó por un proceso de trato de su carácter ates de ascender como rey de Israel. Para ello escogió  hombres con determinadas habilidades y personalidades, cónsonas la necesidad del momento histórico en que se encontraba el proceso que apuntaba a la consecución del propósito de Dios: hombres guerreros como Saúl y David para librar las batallas en contra de los enemigos de Israel y librarlos de sus enemigos; y un estadista, excelente gerente y administrador como Salomón para consolidar y organizar el reino. Así funciona la economía de Dios. Dios es un Dios de procesos. 

Al observar la vida de Nehemías, personaje que vamos a utilizar como ejemplo, uno logra entender este principio del propósito como proceso. (Ver continuación)
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